¿Quién soy? ¿Cuál es el sentido de mi vida? Son preguntas que los humanos nos hemos hecho y seguimos haciéndonos. Es el primer paso para encontrar, gracias a herramientas como la ciencia, la filosofía y la religión, principalmente, distintas respuestas que aclaran nuestra complejidad.
Sin embargo, incluso imaginando respuestas a través de estos caminos de conocimiento, no todo está resuelto. Cuanto más evolucionamos, más enigmática resulta la existencia: en cierta medida siguen con nosotros la incertidumbre, el desconcierto y una cierta sensación de fracaso.
¿Y qué responde la Francmasonería ante estos interrogantes?
Partiendo del hecho de que la Francmasonería comparte con todo grupo humanista, con todo pensamiento filosófico y credo religioso el vasto campo de los valores éticos que constituyen el cimiento de todos ellos, la Masonería aporta un aspecto que la hace única y diferente: la Iniciación.
A través de la ceremonia de Iniciación, de su ritual, palabras y símbolos, se pone en marcha una actitud de búsqueda que hace que la persona que es iniciada se vaya transformando en la medida en que va profundizando en el conocimiento. Y es que todo cambio tiene como base un proceso de búsqueda y hallazgo.
La Iniciación no confiere ningún secreto, pero sí incita a descubrir por uno mismo. Tampoco comunica la verdad, que la Francmasonería no posee, sino que nos pone ante el conócete a ti mismo socrático de la tradición por medio del símbolo. El conocerse a uno mismo sugiere el comienzo de una persona nueva cuya consecuencia lógica es ser consciente de ese tránsito. La Iniciación es, pues, el inicio de un largo viaje por el espíritu y el conocimento humanos.